Huacho, Pedro Alcántara mando construir cinco casas con el mismo estilo y diseño, eran casonas con portales en alto relieve, con jardín delantero como no existía casa alguna en toda la campiña, construidas por el mismo constructor y prohibido de construir casa igual a estas, con el estilo de la viejas casonas de Arizona en los Estados Unidos de Norte América, de donde trajo el modelo. Las cinco casonas fueron edificadas en Luriama, en la Av. Bolognesi, en los Pinos, cerca al estadio de Santa María, en Chonta y el último en la salida del barrio el Chururo.
Fue cordial ellas sabían los días que el llegaba a visitarlas, todas les juraron guardarle lealtad hasta el fin de sus días, pero por celos enfermizos una de ellas lo vendería a la justicia, fue una noche en que el Huachano celebraba su onomástico, según contó uno de sus secuaces que logro huir del lugar de los hechos, fue el diecisiete de febrero el día de su cumpleaños, había organizado una fiesta para festejarlo junto a sus camaradas en su cuartel general en el monte la “Ensenada” cerca de la hacienda Maní, la persona que se encargo de preparar el banquete para la cena fue una de sus amantes, la mas veterana de las cinco Florencia, pues cansada que Pedro prefería mas a sus amantes jóvenes, se puso de acuerdo con la policía para traicionarlo y entregarlo a la justicia.
Fue así que la noche de la reunión comieron y bebieron hasta no poder mas, ebrios y cansados se quedaron dormidos, la mujer escondió las armas y con una linterna hizo señales a la policía para que se acercasen al lugar, procediendo a capturar al famoso bandolero campiñero Pedro Alcántara.
Este fue traído junto a algunos de sus compinches a lomo de bestia hasta el puesto policial de Huaura amarrado de pies y manos donde el catorce de marzo de mil novecientos veintitrés, se le celebró un juicio popular, condenándole a la muerte capital, efectuado la condena, su cabeza fue paseado por toda la ciudad, terminando así con la vida del Luis Pardo Huachano, el temible bandolero campiñero Pedro Alcántara.
Por Julio Solórzano Murga
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