Huacho, Señores, se va a jugar la primera topada de la tarde, entre el aficionado don Chombo Changanaquí y el mentao don Camacho. Los gallos son de a pico, que acabará cuando uno de ellos entierre. El Juez es el señor don Nica Gutarra, aquí presente.Al terminar señaló con su brazo el lugar del Juez, quien se entreparó e hizo una media reverencia, entresacándose su blanco sombrero alón, de fina paja tejida. Se escucharon los aplausos del público. Volvió con su pregón:
-Se ha pactado la topada en cincuenta soles de plata, de 9 décimos – prosiguió con el mismo sonsonete – El de la derecha es un pollón y el de la izquierda es ....No pudo seguir porque se le salió un gallo y una carcajada general impidió que continuara. Silbidos, trompetillas y cachufletas lo sacaron de aquel lugar y para mal de sus males, al retirarse casi se cae, lo que aumentó las carcajadas del público. Sacaron los animales cubiertos en sendos pañolones de fina seda, bordados con los colores y la insignia de cada galpón.
El Juez se paró, con la mano derecha llamó a los representantes de los respectivos galpones, los tres juntaron sus cabezas en una especie de conferencia particular, secreta. Luego cada uno le encomendó el monto de la apuesta en monedas contantes y sonantes, puestas dentro de una bolsita de yute, también bordado con coloridos dibujos.
Enseguida se formó una tremenda algarabía con los gritos de los apostadores, instante en que los cachimbos, contratados para la fiesta del pueblo pero que fueron llevados para animar la pelea comenzaran a tocar a todo pulmón una conocida canción de la Revolución Mexicana La Cucaracha.La cucaracha, la cucarachaya no puede caminar,por que le falta, porque no tienela patita de atrás.Cuando don Pascual Orozcoquiso chingar a Madero,le dijeron los maderistaschinga a tu madre primero.
Los gallos, ahora descubiertos, paseaban su gallardía por la arena, alrededor de los sacadores que pisaban las trabas que cada animal tenía sujeta a una pata. Como es sabido, las peleas a pico tienen un final lento, prolongado en demasía.
Como no había apostado por ninguno, ese jugada fue perdiendo mi interés. En eso escuché que se iba a iniciar la siguiente pelea, entré apurado y me senté. -La siguiente pelea será entre los galpones de Rudesindo Nicho, prestigioso representante de una antigua familia, residente en Huacho y Yancunta – pregonó el muchacho.
Yancunta entró apoyado del brazo de una muchachita, casi de su misma altura, que tendría unos 17 ó 18 coquetos años, con un vestido rosado encendido, ella demostraba aderezo al caminar. Presté atención en Yancunta y me di cuenta que era ciego. Ciego, si, le faltaban los dos ojos, con las órbitas vacías y secas, los párpados y las pestañas al juntarse daban la apariencia de los bordes de una herida.
A veces asomaba una pequeñísima lágrima, la cual enjugaba con un fino pañuelo de seda blanca que lucía, en un borde, su inicial bordada. Calzaba un par de alpargatas completamente nuevas y vestía con mucha sobriedad un atuendo de dos piezas, pantalón de dril kaki y liviano saco de diablo fuerte con un cuello cerrado por botones de nácar ¿ Su edad ? Aparentaba unos cincuenta años bien vividos, aunque sus paisanos le endosaban unos ochenta.A lo que avanzaba, la apiñada multitud le abría campo, sus conocidos lo saludaban de manera muy afectuosa.
Yancunta volvía la cabeza haciendo una venia para corresponder a los saludos, dando nombre y apellidos de cada uno como el tratamiento que le merecía. ¿ Veía ? ¿ Intuía ? En eso se apartó de su camino y se dirigió a donde yo estaba.-¿Es la primera vez que usted viene? – le preguntó a don Alor.-Sí, señor – contestó él, algo tímido.-Le deseo que la pase bien.-Gracias señor – agradeció temblando.Luego prosiguió hasta llegar a los asientos que les tenían reservados. Yo temblaba de pies a cabeza no se por qué. Como quiera que la presencia de Yancunta produjo un gran alboroto, el pregonero volvió a salir:-Señores, va a ser una topada chica – continuó informándonos - de 3, 2. Pactada en cien soles, con gallos finos de navaja. La de fondo será de tapada. El Juez será el mismo Nicolás Gutarra.
Todos los animales pelean por primera vez. Para comenzar, el cenizo venturino es de Yancunta y a la derecha, el cañón, es de Rudesindo Nicho. !Se aceptan apuestas¡Al sonar la campanilla se armó la de Dios es Cristo. Todos vieron como Yancunta se santiguaba al revés empezando a rezar. Como movido por un resorte se puso de pie don Rudesindo gritando a voz en cuello:-!!! Altooooo ¡¡¡ - vociferaba Rudesindo - !Señor Juez, está rezando¡ paren la pelea.
Un griterío de los mil demonios invadió el Coliseo particular. Voces de !NO¡ !NO¡ !NO¡ salían de las bocas de los apostadores hasta que, en uno de esos pequeñísimos momentos de silencio, se pudo escuchar con toda claridad la voz de Yancunta:-Reza tu también, que Dios no es sordo ! Mal creyente¡El Juez no sabía qué hacer, escuchaba desconcertado hasta que por fin optó por recomendar a Yancunta:-Por favor, rece para usted solo, sin mover los labios.Era como cuando la maestra ordenaba !Lectura silenciosa¡ En eso alguien gritó:-Don Rudesindo, tome usted – y le alcanzó una caña brava-Gracias – le contestó mientras buscaba en su bolsillo y al encontrarlo, le amarró en la punta un detente del Señor de los Milagros.La caña fue sujetada frente a su silla.
Soltaron a los gallos que de arranque se rompieron el alma a navajazos, la sangre entintaba la arena como también la mente de los que hicieron alguna apuesta. De pronto, el cañón que parecía el posible ganador, recibe un corte a la toma que lo desembuchó pero ni aún así cedía.-Ya cae, ya cae – gritaban los amigos de Yancunta.Al cenizo venturino le habían bajado la pata y avanzaba de costado arrastrando el ala, momento en que el Juez ordenó:-A la prueba.
Se paró, el Juez, de su asiento, avanzó hacia el centro de la cancha, sacó a relucir una pequeña tabla que colocó entre ambos gallos, al retirarla el cañón se le fue encima y cuando parecía ya todo a favor de Rudesindo dio la casualidad que, en uno de sus movimientos, chocara su pico en la arena, demorándose en levantarlo. El careador del cenizo venturino se abalanzó hacia su gallo, lo alzó en señal de victoria, sin esperar a que lo dijera el juez. Todo pasó tan rápido que los partidarios de Yancunta aplaudieron mientras un murmullo circuló dando a entender que las virtudes de aquel hombrecito ciego estaba haciendo efecto. Ya tenía un punto a su favor.
La charanga de los cachimbos, quienes permanecieron en silencio durante la pelea, la emprendieron con un son español, un paso doble de moda llenó el silencio de la espera.Silverio, Silverio Péeeeerez,el amo del redondel,a ver quién puede con el....Con los sones del paso doble salimos fuera del lugar a estirar las piernas, aprovechando ese momento para rascarnos la rabadilla en forma disimulada ya que la tuvimos mucho tiempo aplastada entre las sillas. Un negro pitiñoso voceaba a viva voz:-!!! Pan con sánguche ¡¡¡ - que era simplemente un pan con una tajada de relleno.Mientras otro peleaba la clientela con:-!Agua ´e berros !Agua ´e berros¡Curioso nombre con que se conoce en la localidad al aguardiente de caña.
Muchos lo compraban a pesar del calor intenso, dicen que era para darse valor al ver tanta pelea y sangre.Al callar la música los espectadores regresamos con rapidez a nuestros lugares. Volvió el pregonero a anunciar:-Esta vez un gallo negro matalobos por la divisa de Yancunta y un gallo gallina a favor de don Rudesindo. Se aceptan apuestas.La trampa era perfecta, además de ser completamente legal; Yancunta no podía hacer nada para evitarlo. Tan pronto sonó la campanilla y ya el joven matalobos distinguió al gallo gallina, con un movimiento de galanteo se le fue encima haciéndole la rueda al estilo francés buscando un amor no correspondido.
Ese descuido fatal lo aprovechó con prontitud el gallo gallina para encajarle un navajazo pata y vida un poco al centro del cuerpo, debajo del ala. La jugada no duró ni medio minuto, quedando ganador don Rudesindo. Ahora la pelea estaba uno a uno, un empate y como era de 3,2, la última pelea sería la definitiva. Un sordo murmullo se escuchaba:-Así no vale, ese gallo es un mañoso – esgrimían los partidarios de Yancunta.-Porque Yancunta es sonso – le respondían.La temperatura ambiente era insoportable.
Gruesas gotas de sudor aparecían en las frentes de casi todos, a pesar de que muchos se protegían de los rayos solares poniéndose gorritos de papel confeccionados con el único diario que circulaba en la localidad. La jovencita que acompañaba a Yancunta se levantó la falda para abanicarse un poco de aire. En eso, volteando molesto él le llamó la atención a su señora:-!Siéntate bien, que se te están viendo las piernas¡Al escuchar la reprimenda de Yancunta todos intercambiamos miradas, pues en efecto, como la pelea no había concitado mayor interés por el rápido desenlace, muchos tratábamos de botar el aburrimiento mirando a hurtadillas las rollizas pantorrillas de la joven.
Debemos precisar que por entonces no estaba permitido lucir de esa manera las piernas mas aún siendo casada. Nuevamente se oyeron comentarios, lo cual aprovechó mi vecino para decirme:-Esta bendita sabe lo que tiene.Agregando:-Que me castigue Dios si miento pero yo vi una vez a Yancunta mojarse el dedo nular con saliva y alzando la mano exclamar:
Antes que me se seque el dedo puaquí vendrá mi juncia, ya que se refería a la mujer con quien mantenía relaciones maritales sin ser casados y al rato se presentó su mujer, pues la que tiene al frente lo acompaña en su segundo compromiso.Ya no había quien lo detuviese, siguió contando:-¿Sabe porque Yancunta se viste tan sencillo?-No tengo la menor idea.-Porque no necesita dinero, no tiene que impresionar a nadie. Escuche, cuando Yancunta llevó a un ahijado para que lo bautizaran, aprovechó en meter debajo del ropón, un billete de cien soles, de esos grandazos.
El padrecito, al momento de echar la bendición, en realidad bendijo al billete y el niño permaneció moro. Desde entonces, cuando Yancunta va al mercado a comprar paga con ese bendito billete, después de un rato lo llama y el billete regresa a sus manos como si fuera su hijo.-¿Y cómo se dieron cuenta?-Eso se sabe porque un día mercó muy temprano, en una tiendita cuyo dueño había vendido muy poco, por lo que no pudo darle su vuelto, puso el billete debajo de una pequeña piedrecita y al cabo de un momento ya no estaba el billete y la piedra se veía movida, fuera del lugar donde la dejaron.
Por eso Yancunta no necesita ser millonario, a él nunca le falta dinero para hacer sus compras; poco a poco, los comerciantes se hicieron a la costumbre de no cobrarle a Yancunta para no perder mas dinero al dar el vuelto.De nuevo los cachimbos se lanzaron a llenar el vacío con un melancólico huaynito que apaciguó los ánimos.Caminito de Huancayo,rodeadito de retamas,cuantas veces he lloradoa la sombra de tus ramas.Pichichauca mañanerapor qué cantas tan temprano,sabiendo que estoy durmiendoen los brazos de mi amada.
No bien se callaron los instrumentos la gente aplaudió agradecida. En retribución un redoble de tambor anunció una alegre marinera norteña, muy antigua y algo curiosa, que todos acompañaron con palmas.A la una me parieron,a las dos me bautizaron,a las tres supe de amores,y a las cuatro me casaron.Ayayai, que me casaron sí,Ayayai, que me casaron no.A las cinco tuve un hijo,a las seis viuda quedé,a las siete...Quizá si para hacer las paces con su mujer o tal vez contagiado del calor popular, ante el asombro general, Yancunta se puso de pie con un pañuelo blanco en el hombro izquierdo mientras que con la mano derecha le ofrecía un pañuelo a su compañera.
Ella aceptó gustosa y metiendo su brazo en el de él, bajaron al ruedo. Los cachimbos reiniciaron la marinera con un prolongado redoble de tambor. La pareja inició el paseo dando la vuelta al redondel en medio de un atronador aplauso de la concurrencia, todos, amigos o rivales, se emocionaron. El la dejó al lado de su silla y continuó caminando hasta situarse a su frente, al iniciarse el canto fueron dando los primeros pasos, hubiera visto la cadencia con que se movían, el derroche de garbo y salero con que hacían un requiebre, los pañuelos subían y bajaban como si fueran palomas volando.
Ella toda coqueta, sintiéndose mimada, se sacó el clavel rojo que traía adornando su peinado y se lo puso entre los dientes. Acto seguido alguien gritó:-!Sale china¡ dale que dale.Parece que Yancunta, con su cara de mátalas callando, cógelas al vuelo, se dio cuenta de lo sucedido porque avanzando de costado, agitaba su pañuelo blanco con la mano derecha y con la izquierda se sacó el sombrero y al cruzarse con ella !Zas¡ le quitó el clavel con su boca.-Voy a el – se escuchó con claridad.
El ambiente se puso de agárrate si puedes y a pesar de que la marinera no es un baile colectivo, tres parejas se lanzaron al ruedo convirtiéndose todo en un movimiento multicolor que hizo olvidar por u momento la revalidad de la riña gallera. Al terminar Yancunta elevó el brazo derecho de su pareja en señal de que era la ganadora, ya que se estila que el varón nunca deba ganarle a la dama; el público volvió a colmar el recinto con calurosos aplausos y se pusieron a gritar en coro:-!Otro¡ !Otro¡A los cachimbos no les quedó mas remedio que iniciar el redoble anunciando la fuga.
Todo público lanzó una tremenda ovación. En eso se escuchó:-La casa pone un botijón de chicha, de la buena.Entonces varios de los presentes, eufóricos, repletaron la cancha con parejas, bailando con mucha sandunga mientras que, puestos de pie, los demás acompañaban con acompasados aplausos hasta que finalizó ese desborde pueblerino.
Por última vez el pregonero anunció: - Ahora, como final, tendremos la pelea de tapada, nunca nadie ha visto los gallos. Un silencio sepulcral se esparció por la cancha; la expectativa era enorme. Hizo su aparición don Elías Muñoz en persona, sosteniendo un lindísimo pañolón de seda con un vistoso bordado, lo llevaba con un primor especial puesto que allí estaba envuelto el gallo de Yancunta. Don Elías era nada menos que un excelente amarrador y se puede afirmar que es el mejor de todo el norte. Moreno, alto, de buen parecer, con sus 93 kilos de peso, sin mostrarse obeso.
Poseía un envidiable pulso y una destreza sin par para ir dando vueltas al cáñamo alisado con cerote, con el que amarra la navaja. Si hasta el propio don Graña, hombre adinerado, propietario de la Hacienda Huando, lo hacía llevar cuando daba peleas en su coliseo particular.En el otro lado, don Rudesindo, que no confiaba en nadie, era el portador de su propio gallo, escondido bajo un finísimo pañolón de seda china, bordado con gran primor.
Sonó la campanilla y se anunció: - Se aceptan apuestas.Todos conocían a Yancunta y sabían perfectamente que jamás había perdido una topada de honor. Don Rudesindo también lo sabía y si aceptó reto era porque disponía de algo muy especial. El público estaba ansioso por conocer el secreto de cada uno. Sin que nadie lo propusiera se empezó a generar, entre los apostadores, la idea de un solo pozo, si, un enorme pozo de dinero, que se ganaba o perdía. Los apostadores estaban divididos en dos, los partidarios de Yancunta y los de Rudesindo, no cabían medias tintas.Sonó de nuevo la campanilla y ahora vendría lo bueno. Cada uno procedió a ir descubriendo a sus gallos, este proceso se estaba volviendo interminable, generando aún mayor expectativa.
En ambos casos se trataba de hermosos y esbeltos gallo pero medio raros.El de Rudesindo era un alazán amarillo rojizo, un poco mas chico de lo normal, llamado Caín.El de Yancunta, un ají seco, que apenas fue mostrado el público coreo:-!Máximo ¡Casi medio redondel estaba de pie y aplaudía a rabiar la presencia de Máximo, y los otros vociferaban:-Yancunta mariquita ¿por qué no peleas tú?No cabía ninguna duda, era el hijo de Yancunta quien sacaría del apuro al padre, ya que solo el cuerpo perdió su forma humana pero su mente no.
En esas artes Yancunta era todo un experto. Si el mismo había perdido los ojos en una pelea de a pico, intentando salvar de la ruina a un compadre espiritual, a quien le debía la vida,Mientras don Elías le ponía, con toda delicadeza, la zapatilla, que es una franja rectangular de cuero con dos orificios, por donde se introduce la estaca y que rodea dos veces la pata, Yancunta se acercó a él, metiendo su mano derecha a su bolsillo sacó un poquito de comida que el gallo picoteó, en realidad lo estaba templando con trocitos de huevo duro mezclados con pimienta molida, pedacitos de ají panca y hojitas de ruda, mientras lo acariciaba con todo cariño.
Don Elías puso ahora el aro de la navaja encima de la zapatilla y con una larga tira de cáñamo inició el amarre, con una ejecución mejor que mano de médico. Yancunta sacó del otro bolsillo un poronguito burilado con escenas de riña gallística, contenía té bien cargado, casi de color marrón, que sirve para resecar, es decir, que si recibiera un corte no bote tanta sangre, se la puso junto al pico dándole para que bebiera mientras casi en voz baja le decía:-!Gana¡ !Gana¡ - para estimularlo.
Mi vecino volvió a conversarme:-Se da cuenta cómo trató al animal, por eso, no puede ser otro que no fuera su hijo Máximo pero si le quedan dudas basta con mirar las patas. A los gallos de pelea se les cortan las estacas, la izquierda en diagonal y l derecha debe quedar roma para evitar se enrede a la hora del combate. Mírele las patas, ese ají seco no enseña muestra de haber tenido estacas.-Verdad ¿no? – dije asombrado.-¿Tiene dudas todavía? Bien, la cresta también debe ser cortada, pero el ají seco no tiene señal de ningún corte y un poquito mas arriba de los ojos tiene unas cerdas negras, allí es donde corresponden las cejas.
Segundos antes de iniciarse la pelea, una lagartija de color oro oscuro cruzó presurosa la cancha. Un escalofrío pasó por los cuerpos de todos, señal evidente de que algo ocurriría, era un signo de mal agüero, pero ¿para quién? La mayoría pensó en las artes de Yancunta mas su rostro también mostraba un cierto temor, bajó su cabeza y se puso como queriéndose concentrar.Yancunta estaba muy serio, como si estuviera meditando.
Los gallos puestos frente a frente, con sus agudas cabezas pico a pico, engolados los collarines, en actitud de estudiarse fueron dando vueltas en redondo. De pronto Máximo se volteó y se puso a correr por todo el ruedo, Caín lo perseguía sin darle tregua para un descanso, en eso Máximo se dio la vuelta con toda rapidez, dándole frente y lo recibió con la navaja ocasionándole un tajo que le cortó tres costillas. Se escuchó, del publico, un grito colérico:-!Así no, mañoso¡Caín se repuso con alguna lentitud, volvió a la carga pero Máximo no presentaba pelea, parecía quererlo cansar y de rato en rato le hacía un quite.
Cuando Caín intentaba un ataque a fondo, una especia de resplandor daba la impresión de rodear el cuerpo de Máximo evitando ser golpeado.En eso volvió a repetir la misma treta, corriendo por el ruedo pero resbaló en la arena, lo que aprovechó Caín para atacar con todo, Máximo atinó a rodar y el navajazo se perdió en el aire. Todo el público, puesto de pie, suspiró de alivio, después de todo no era un gallo el que peleaba sino un ser humano, el mismo Yancunta se limpió el sudor de su frente y se puso a meditar aún más.
Máximo se recuperó inmediatamente, volviendo a escapar corriendo, casi dio tres vueltas al ruedo y volviéndose de pronto, alzó su pata navajera para recibir a su rival con una tremenda descuadrilla, que es un corte en el cuadril. La misma voz anterior dejó escuchar su indignación:-!Así no, che tu ma (con el perdón de la palabra)En eso escuchamos un terrible alarido, seguido de prolongados:-!!! NOOO¡¡¡ !! Nooooo¡Ese grito nos cortó la respiración.
Volvimos a escuchar otro grito:-!! El detente ¡¡¡ !! No está el detente¡¡¡Miramos la punta de la caña y efectivamente no había nada, no estaba el detente. Desapareció de la caña como por encanto.-Fue durante la fuga de la marinera – continuó gritando Rudesindo – Yancunta aprovechó la algarabía para arrancar el detente del Señor de los Milagros, y así rezar la Magnífica Negra.Rudesindo, fuera de si, cubrió su rostro con sus manos y se puso a balbucear acongojado una historia que permaneció en total secreto durante años y ahora, intuyendo el desenlace fatal, entre sollozos lo contó: - Un compadre me regaló un pequeño cernícalo de plumas blancas que cazó en las alturas.
Yo, con gran paciencia lo fui amaestrando hasta lograr que cumpliera mis órdenes. Entonces puse al costado de la aula, otra jaula que encerraba una gallinita chilena de pelea para provocar a que se hicieran amigos.
Después de largos meses ya se entendían, así que metí a los dos en una jaula especial y ese esfuerzo fue coronado con la puesta de un huevo de la gallinita chilena, que puse a empollar en un nido de palomas. Así nació Caín, ejemplar de pelea que reservé para cuando se presentase la ocasión.
Por eso fue que acepté enfrentarme con Yancunta, a sabiendas de que no tenía pierde.En la cuarta corrida por el redondel Máximo logró encajarle un navajazo en descorve, de carácter mortal para Caín, quien antes de morir lanzó un prolongado y agudo chillido nunca escuchado a gallo alguno.
Yancunta levantó a su gallo Máximo mostrándolo orgulloso.
José Respaldiza Rojas
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