¿BICENTENARIO PARA RECORDAR EL PASADO, VIVIR EL PRESENTE O PLANIFICAR EL FUTURO?
¿Por qué plantear tareas para el futuro posible de la región y del país? Porque el futuro por ahora está atrapado en la estrecha mediocridad del poder político con un Congreso Nacional en decadencia y un Poder Ejecutivo que solo repite la historia del pasado.
Sabemos que analizar y predecir como viviremos dentro de cinco o diez años es cada vez más arriesgado, por ejemplo ¿Quién nos puede asegurar quienes serán los gobernantes del 2015 y del 2020? ¿Cuánto será el crecimiento del PBI del próximo quinquenio? ¿Quién puede predecir técnicamente el desarrollo de los gobiernos locales y regionales de los próximos años? Francamente responder estas interrogantes no es nada fácil, por eso se hace necesario trabajar un Plan Maestro con miras al Bicentenario 2021 con gente pensante sobre el desarrollo nacional.
La trayectoria de la historia no es la de una bola de billar, que una vez en movimiento, recorre un camino definido: más bien se parece al movimiento de las nubes, al recorrido de un hombre que deambula por las calles, desviándose aquí por una sombra, allá por un grupo de curiosos o una extraña combinación de fachadas, y que va a parar a un lugar desconocido al que no pensaba llegar.
La nube del futuro se mueve de acuerdo al viento que sopla los escenarios políticos, económicos, sociales, tecnológicos y ambientales. El futuro del desarrollo se mueve entre la política decente y corrupta, entre la crisis económica y la bonanza, entre la armonía y los conflictos sociales, entre las nuevas tecnologías de la información y comunicación en el mercado y los estragos que va a generar el calentamiento global en la producción alimentaria y la forma de vivir bajo un nuevo escenario de los recursos naturales del agua y la tierra.
Nuestro conocimiento del tiempo parece progresar hacia una descomposición cada vez mayor, hacia lo infinitamente breve, cosa de la que cada área de la vida social, incluso de la cultura, la comunicación y la política parecen proveer otros tantos elocuentes ejemplos. Alguien podría ser famoso durante quince minutos en la era de los medios masivos. Y la teoría del marketing intenta ya persuadirnos de que la duración máxima de un mensaje escuchable y audible por la masa de telespectadores es de siete segundos.
Hoy en la sociedad de la información en pocos minutos podemos obtener el conjunto de los artículos científicos, las patentes, las decisiones jurídicas que conciernen a un nuevo producto químico, a escala planetaria. Hace treinta años, esta búsqueda sencillamente no se habría llevado adelante porque habría movilizado a un pesado equipo de documentalistas durante varios años.
Cuanto más se contrae el tiempo, más se vuelve mundial. Cuanto más se reduce la historia al punto del presente, más contemporánea se vuelve. Cuanto más se comprime el tiempo, más se acentúa la competencia, más se vuelve el tiempo la ventaja estratégica por excelencia, y el fantasma de nuestra modernidad tardía.
El trabajo de hoy se vuelve precario, frágil, volátil y por ende fuente de extremas tensiones: con justicia se viene insistiendo desde hace años en el desempleo, sobre todo en EE.UU. Europa y América, y en el dramático avance de la exclusión. También se ha visto aparecer el fenómeno del crecimiento sin creación de empleos en varias regiones del mundo. En favor de la precarización del trabajo, la sociedad se parte al medio. Sin embargo la crisis del desempleo debería ser comprendida como un aspecto de una crisis más amplia y duradera: la del trabajo en sí.
Hoy los cambios acelerados de empleo se agravan por una degradación de los conocimientos, acentuada por la rápida caducidad de los saberes, y por una disgregación de las especialidades inducida por el desplazamiento constante de los individuos. En suma, la experiencia, la acumulación de los conocimientos y la trayectoria profesional ya no se valoran positivamente. Las víctimas principales son las clases medias y los obreros y técnicos, acentuándose su contraste con la élite de funcionarios calificados.
El contrato social y el contrato salarial son progresivamente reemplazados por el contrato comercial, fundado en la exterioridad de la sub-contratación. El horizonte de la empresa, concebida como una empresa virtual, es una sociedad sin asalariados: una mera marca que recubre a una sucesión indefinida de asociaciones efímeras, de alianzas necesariamente provisorias.
En síntesis, la nueva revolución que socava los fundamentos del trabajo nos hace pasar de la identidad a la incertidumbre. El trabajo es cada vez menos un polo de referencia, cada vez más un factor de desaliento o incertidumbre, con el cual los jóvenes mantienen una relación exterior, una relación instrumental que suscita más estrés y malestar que satisfacción y que ya no estabiliza la identidad.
La paradoja es entonces que se hable cada vez más de trabajo, en un momento en que lo hay cada vez menos. En el fondo, es esta misma paradoja la que hace que se hable cada vez más de la naturaleza y del medio ambiente en un momento en que la naturaleza se artificializa en forma evidente y en que el medio ambiente está cada vez más desnaturalizado. La esencia de una cosa aparece en su verdad cuando se encuentra amenazada de desaparecer.
Como planificadores tenemos claro que debemos prevenir el futuro, ése es el objetivo aquí y ahora en forma urgente. Porque el tiempo requerido entre el enunciado de una idea y su realización es a menudo muy grande. Una generación, o varias, es en muchos casos el plazo mínimo para que una política dé todos sus frutos. El corto y el mediano plazo ya están en marcha, así que la suerte de las generaciones futuras dependerá cada vez más de nuestra aptitud para aunar visión a largo plazo y decisiones presentes. El fortalecimiento de las capacidades de anticipación y previsión es pues una prioridad de los gobiernos, las organizaciones internacionales, las instituciones científicas, el sector privado, los actores de la sociedad, y para cada uno de nosotros.
Pero hay que llegar más lejos: si no actuamos a tiempo, las generaciones futuras no tendrán tiempo de actuar en absoluto: correrán el riesgo de ser prisioneras de tendencias ya incontrolables, como el crecimiento demográfico, la degradación del medio ambiente global, o las disparidades entre pobres y ricos en el seno mismo de las sociedades, el exclusión social y el imperio de las mafias que gana terreno de la impunidad.
La crisis de lo político coincidió ampliamente en todos los países y regiones del mundo, lo que está generando la “crisis del futuro” y su creciente ilegibilidad. Ha llegado el momento de recordar que la política consiste en primer lugar y ante todo en estructurar el tiempo, siendo la responsabilidad de planificar el futuro como un tema propio del hombre político y de sus gobernantes.
Si queremos modificar radicalmente nuestra relación con el tiempo con miras al Bicentenario Nacional 2021, tendremos que redescubrir una sabiduría antigua: habitar el tiempo, y aceptando la invitación de saber reencontrar el tiempo perdido...en términos de fortalecer nuestras capacidades humanas para construir el desarrollo para hoy y mañana con un equipo de intelectuales y pensadores de la región.
¿Por cuánto tiempo podremos pagarnos el lujo de la inacción? ¿Hemos calculado el precio de la inercia, y de la ausencia de una ética del futuro? De lo que vemos es que nuestros políticos y gobernantes por ahora solo actúan por la coyuntura para apagar incendios, y no están pensando con seriedad la prospectiva del futuro posible para el país.
Escribe: Néstor Roque Solís (*)
0 comentarios:
Publicar un comentario